A pesar de vivir en un mundo secularmente dominado por los hombres, las mujeres siempre hemos mostrado un coraje especial para adaptarnos a las circunstancias y buscar resquicios para asumir nuevos papeles y responsabilidades que, a tenor de un rígido reparto de roles entre los sexos, no nos correspondían. Se me vienen a la cabeza numerosos nombres de artistas, científicas y hasta guerreras, pero junto a esos logros refulgentes de mujeres únicas que encararon los perjuicios que las encasillaban, también hay logros colectivos, de mujeres desconocidas que con su humilde tesón han dejado un surco muy perceptible en la historia.
Las trabajadoras de la pesca en Galicia tienen ese sesgo de heroínas anónimas capaces de hacerse un hueco en un entorno masculino. Probablemente la economía minifundista y familiar de nuestra tierra, más allá de remotas tradiciones matriarcales, facilitase que en Galicia la mujer haya podido participar de manera más activa en las labores agropecuarias, cuidando de la familia, la leira, los animales… En nuestras aldeas de la costa el peligroso trabajo de pesca a bordo de embarcaciones siempre estuvo vetado a las mujeres, pues era incompatible con el cuidado de la casa y de los miembros de la familia, pero las mujeres asumieron entonces trabajos de marisqueo a pie o de reparación de las redes. Socialmente minusvalorados, no eran comparables al trabajo arriesgado de los hombres en los barcos de pesca, ni a los beneficios económicos de esta; simples complementos para la economía familiar… pero ¿qué barco puede salir a faenar sin reparar sus redes?.
Con el paso del tiempo, estas labores tradicionales han ido separándose del ámbito doméstico hasta llegar a convertirse en oficios que reclaman condiciones dignas para ser ejercitados. La salida de estas actividades del entorno familiar y su tránsito hacia la economía formal, pasando antes ineludiblemente por la economía sumergida, ha sido una de las conquistas debidas a la actitud luchadora e inconformista de mariscadoras y rederas.
El movimiento asociativo ha sido fundamental para estos logros, como percibieron ellas desde muy pronto. Las cofradías de pesca han tenido que abrirse a las mujeres, que sin embargo no siempre participan en condiciones de igualdad, y han surgido diversas asociaciones de rederas que hacen oír sus reivindicaciones y visibilizan su trabajo. La mayoría forman parte a su vez de asociaciones españolas y europeas de mujeres de la pesca que tejen una red de solidaridad común. A través de estas lanzaderas las mariscadoras y rederas han actuado como interlocutoras en pie de igualdad con las Administraciones públicas y las autorizades portuarias, haciendo valer su talento natural en territorios extraños para defender una profesión tan amada por ellas como ligada a sus historias personales, a su niñez, a sus mayores, a su casa junto al mar…
Son muchos los aspectos que han conseguido mejorar en el ejercicio diario de sus profesiones ganándose el apoyo de los poderes públicos. El cuidado de la salud en un trabajo realizado en condiciones físicas y ambientales muy duras ha sido sin duda una de las prioridades. Se han realizado esfuerzos muy significativos para informar y formar en la prevención de los riesgos ergonómicos y evitar así trastornos musculo esqueléticos que menoscaban la calidad de vida de nuestras mariscadoras y rederas. Pero algo tan sencillo como disponer de equipos de protección individual adaptados al cuerpo y a la talla de las mujeres sigue constituyendo un desafío, si bien se han dado pasos importantes para conseguirlo. La colaboración de cofradías y autoridades portuarias también ha sido necesaria para que las rederas puedan realizar su trabajo a cubierto, en locales que, de todos modos, habría que mejorar para garantizar el cumplimiento de todas las condiciones de salubridad necesarias.
El reconocimiento del carácter profesional de patologías y trastornos músculo esqueléticos derivados de las posturas de trabajo forzadas y movimientos repetitivos en ambientes húmedos o sumergidos es otra tarea pendiente, y aunque la dirección general de la Seguridad Social ha actuado recientemente para favorecer tal reconocimiento, lo cierto es que el catálogo normativo de enfermedades profesionales sigue excluyendo a las trabajadoras de la pesca y, en general, a los oficios feminizados. También es urgente, y en este aspecto no hay avances, reconocer coeficientes reductores de la edad de jubilación a las rederas que, debido a una larga vida profesional expuestas a riesgos no controlados, difícilmente logran permanecer activas y terminan apartándose del empleo prematuramente accediendo a pensiones de incapacidad permanente por contingencias comunes.
En fin, es mucho el camino avanzado, pero igualmente es amplio el que queda por recorrer, con la objetivo de lograr condiciones de trabajo dignas para estos oficios artesanos, que contribuyen a la sostenibilidad biológica de nuestras costas y a la supervivencia de una economía local estrechamente entrelazada con la tradición cultural de los pueblos costeros.
Pero el desafío es todavía más amplio, pues es preciso que, al igual que las rías y las playas, el mar se abra al trabajo de la mujer. La corresponsabilidad en el cuidado de las personas dependientes de la familia, tanto en su vertiente privada como pública, debe liberar a las mujeres de sus excesivas ataduras y permitirles hacerse a la mar a bordo de buques de pesca formados por tripulaciones mixtas, pues mixta y diversa es la sociedad de la que todos somos miembros en pie de igualdad.
El futuro necesita mujeres surcando los mares y ya hay luchadoras dispuestas a romper tabúes y viejas leyendas. Porque el mar no tiene sexo, ni género, como hizo notar el poeta en aquellos versos…“El mar. La mar. El mar. Solo la mar”.